Quienes suscribimos este documento nos sentimos orgullosos de trabajar en la sanidad pública, de formar parte de la sanidad pública de Castilla y León, desde la responsabilidad de dirigir numerosos servicios asistenciales, de gestionar importantes recursos y de contribuir a organizar el día a día de la sanidad de Castilla y León respondiendo a las demandas y las necesidades de nuestros pacientes. Como jefes de servicio y de unidades asistenciales de nuestros hospitales queremos manifestar nuestra voluntad de servicio público. La sanidad pública de Castilla y León ha evolucionado y mejorado en la última década, con nuevas prestaciones y nuevos servicios. También, como el conjunto de la sociedad, la sanidad se ha visto afectada por la crisis económica: las medidas adoptadas han afectado más a los profesionales que a las prestaciones del sistema sanitario, que se han mantenido o incrementado en aspectos puntuales. Esas políticas y el esfuerzo de los equipos que dirigimos, el esfuerzo global de los profesionales, han permitido mantener importantes niveles de calidad en el sistema público de salud de Castilla y León. Por ello no entendemos algunas de las valoraciones sobre la sanidad que hemos escuchado recientemente. No podemos compartir eslóganes que hemos escuchado en las últimas semanas: el caos de la sanidad, el desmantelamiento de la sanidad pública, la creciente privatización de la sanidad, o, como se ha llegado a afirmar, el funcionamiento de la sanidad como un riesgo grave para los pacientes; no responden a la realidad. El día a día de la sanidad es muy distinto. Con problemas, con algunas insuficiencias, pero también con muchas experiencias de éxito, con muy buenos resultados en muchos aspectos. Y creemos que muchos de nuestros pacientes también aprecian estas mejoras. Reclamamos a los responsables políticos mayor realismo en sus manifestaciones sobre la situación, que intenten separar la sanidad de los debates partidistas, que promuevan, realmente, una mayor capacidad de gobierno y de influencia en las decisiones sanitarias a favor de los profesionales y que tengan en cuenta las preferencias de los pacientes. Pero identificar y señalar nuestros problemas no puede ser justificación para una descalificación global que termina desprestigiando nuestra sanidad. Las luchas políticas no justifican denostar la sanidad; nosotros nos sentimos concernidos y dolidos por esa descalificación. Muchos profesionales, y creemos que también gran parte de los ciudadanos, aspiramos a que las bases de la sanidad pública sean objeto de un pacto político que aporte racionalidad y alternativas realistas y no sea objeto de encendidos e interesados debates partidistas. Nuestros medios, los recursos de los que disponemos y gestionamos, son equiparables a los de los hospitales de otras comunidades, con niveles de excelencia en algunos casos y con situaciones mejorables en otros. Nada que nos señale especialmente, con carácter general, en lo negativo. Al contrario, en muchas especialidades y servicios nos sentimos orgullosos de los resultados que tenemos. En términos de recursos, de cualificación, de actividad o de resultados nuestra situación respecto a otras comunidades o a otros países de nuestro entorno no justifica los términos catastrofistas y negacionistas que hemos escuchado. Percibimos señales de recuperación de algunas condiciones laborales, anuncios de mayor estabilidad laboral, decisiones que inician la renovación tecnológica de nuestros centros, de mejora de las infraestructuras. Creemos que ese es el camino a seguir y lucharemos porque se continúe en esa senda. Pelearemos por seguir mejorando, por seguir creciendo. Porque la sanidad se defiende, pero desde el realismo y desde el trabajo diario, desde el esfuerzo por tratar de ofrecer la mejor atención al ciudadano, pero no desde una visión apocalíptica que en absoluto contribuye a mejorarla y que, en ocasiones, la desprestigia, nos desprestigia a todos.